viernes, 23 de marzo de 2012

"Como una novela " Daniel Pennac

Esta semana hemos leído el ensayo de Daniel Pennac titulado "Como una novela"

Y por unanimidad todas las personas del club hemos quedado muy contentas con la experiencia. Es Pennac un apasionado de los adolescentes y de la lectura, y de eso va el libro.

El estilo sencillo y directo del auto es un placer para quien conoce el gusto de leer, él aborda el problema sin rodeos. Y adeás es valiente en el aporte de soluciones que el mismo, como profesor de secundaria que es, ha experimentado... su idea es acercar la literatura de viva voz y con gratuidad. Sin ejercicios de comprensión lectora, sin redacciones, resúmenes o test que hagan sentir a los estudiantes que lo que importa es la respuesta correcta en lugar del placer de leer.

Y además este es el libro donde aparecen los 10 derechos del lector, que tantas vueltas dan por internet gracias a la habilidad y el humor de Quentin Blake.

Diez derechos que cuando somos adultos damos por supuesto, pero que en la infancia y en la adolescencia no dejamos que sean disfrutados por nuestros hijos.

Los Derechos imprescindibles del lector

1. El derecho a no leer.
2. El derecho a saltarnos las páginas.
3. El derecho a no terminar un libro.
4. El derecho a releer.
5. El derecho a leer cualquier cosa.
6. El derecho al bovarismo (enfermedad de transmisión textual).
7. El derecho a leer en cualquier sitio.
8. El derecho a hojear.
9. El derecho a leer en voz alta.
10. El derecho a callarnos.


Y les compartimos algunos fragmentos que nos han gustado especialmente.

El hombre construye casas porque está vivo, pero escribe libros porque se sabe mortal. Vive en grupo porque es gregario, pero lee porque se sabe solo.


Nos han impresionado sus palabras hablando de las adaptaciones literarias ... 
“Algo así como si yo me pusiera a dibujar de nuevo Guernica bajo el pretexto de que Picasso metió allí demasiados brochazos para un ojo de doce o trece años.”

Y el profundo amor que siente hacia sus alumnos/as
Imaginemos una clase de adolescentes, de unos 35. ¡Oh! No de esos alumnos cuidadosamente clasificados para salvar a toda prisa los elevados pórticos de las grandes escuelas, no, los otros, los que se han hecho expulsar de los institutos del centro de la ciudad porque su boletín escolar no prometía nota en la selectividad, por no decir ni selectividad.
Es el comienzo de curso.
Han caído aquí en esta escuela.
Delante de este profesor. “Caído” es la palabra. Abandonados en la orilla, cuando sus compañeros de ayer embarcaron a bordo de los institutos-transbordadores con rumbo a las grandes carreras. Pecios abandonados por la marea escolar. Así es como se describen a sí mismos en la tradicional ficha de comienzo de curso.
Apellido, nombre, fecha de nacimiento
Aparte. Informaciones diversas:
“Siempre he sido una nulidad en mates”, “los idiomas no me interesan”, … “no consigo concentrarme”, “no soy bueno para escribir”... “en los libros hay demasiado vocabulario” (sic) pues sí. (¡sic!)... “no entiendo nada de física”... “siempre he sido una nulidad en ortografía” … “en historia no iría mal, pero no retengo las fechas” … “creo que no trabajo bastante” … “no consigo entender” ...”He fallado en muchas cosas” … “me gustaría mucho dibujar pero no estoy demasiado dotado para ello” … “Era demasiado duro para mí” … “no tengo memoria”... “me falla la base” … “no tengo ideas” … “No tengo vocabulario” …
Acabados...
Así es como se presentan.
Acabados antes de haber comenzado. 
Claro esta que exageran un poco la nota. El momento lo quiere así. La ficha individual, al igual que el diario íntimo, prefiere la autocrítica: uno se ensombrece instintivamente. Y después, acusándose desde todos los ángulos, uno se pone al amparo de todas las exigencias. Por lo menos, la escuela les habrá enseñado eso: lo cómodo de la fatalidad. Nada tan tranquilizador como un cero perpetuo en mates o en ortografía: la eventualidad de un progreso suprime los inconvenientes del esfuerzo. Y la confesión de que los libros contienen “demasiado vocabulario” ¿quién sabe?, tal vez os ponga al amparo de la lectura. 
Sin embargo el retrato que esos adolescentes hacen de si mismo no es correcto: no tienen la cara del mal estudiante de frente estrecha y barbilla cúbica que un mal cineasta imaginaria al leer sus telegramas autobiográficos.
(…)
La salud y fidelidad a las modas les dan un aire de madurez que podría intimidar. Sus peinados, sus ropas, sus walkmans, sus calculadoras, su léxico, su actitud de reserva, hacen pensar, incluso, que podrían estar más “adaptados” a su tiempo que el profesor. Saber mucho más que él …
¿Mucho más sobre qué?
Es el enigma de su rostro, precisamente … nada más enigmático que un aire de madurez.
(...) En pocas palabras, no se quieren. Y ponen en proclamarlo una convicción todavía infantil.
En suma, están entre dos mundos. Y han perdido el contacto con los dos.





…digamos que existe lo que llamaré una ‘literatura industrial’ que se contenta con reproducir hasta la saciedad los mismos tipos de relatos, despacha estereotipos a granel, comercia con buenos sentimientos y sensaciones fuertes, se lanza sobre todos los pretextos ofrecidos por la actualidad para parir una ficción de circunstancias, se entrega a ‘estudios de mercado’ para vender, según la ‘coyuntura’, tal o cual tipo de ‘producto’ que se supone excita a tal o cual categoría de lectores.
Sin lugar a dudas malas novelas. ¿Por qué? Porque no dependen de la creación sino de la reproducción de ‘formas’ preestablecidas, porque son una empresa de simplificación (es decir, de mentira), cuando la novela es arte de la verdad y (es decir, de complejidad), porque al apelar a nuestro automatismo adormecen nuestra curiosidad, y finalmente, y sobre todo, porque el autor no se encuentra en ellas, así como tampoco la realidad que pretende describirnos. En suma, una literatura del “prêt a disfrutar”, hecha en moldes y que querría meternos en un molde. No creamos que estas idioteces son un fenómeno reciente, vinculado a la industrialización del libro. En absoluto. La explotación de lo sensacional, de la obrita ingeniosa, del estremecimiento fácil en una frase sin autor no es cosa de ayer. Por citar únicamente dos ejemplos, tanto la novela de caballerías como, mucho tiempo después, el romanticismo se empantanaron ahí. Y como no hay mal que por bien no venga, la reacción a esta literatura desviada nos dio dos de las más hermosas novelas del mundo: “Don Quijote” y “Madame Bovary”. Así pues, hay ‘buenas’ y ‘malas’ novelas.
Las más de las veces comenzamos a tropezarnos en nuestro camino con las segundas
(...)
Durante cierto tiempo leemos indiscriminadamente las buenas y las malas [...]. Y después, cierto día, sin darnos cuenta, nuestros deseos nos llevan a la frecuentación de los buenos. Buscamos escritores, buscamos escrituras. La mera anécdota ya no nos basta. Ha llegado el momento de que pidamos a la novela algo más que la satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras sensaciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario